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Ayer no lo vi. Siempre suele estar sentado en una caja, con la cara pintada de blanco, el bigote postizo y una capa que envuelve sus hombros. Ahí, en plena calle Postas. Porque el espectro de Charlot está en Madrid.
Lo que más me atrae es su dignidad. No hay ningún cartel con la leyenda «Tengo hambre», «Una limosna» o «Un donativo para el artista». Nada de nada. Cero. Ni siquiera pretende llamar la atención de los viandantes de alguna forma. Solo permanece sentado, impasible, en pleno centro turístico de la ciudad. Observando cómo la gente camina de la Plaza Mayor al McDonald. O al contrario.
Mientras, pasan las modas, las estaciones y los años. Y todo va cambiando, menos su figura decadente y mustia. Decadente porque nadie lo mira ni se emociona con su imagen. Y mustia porque la bohemia de verdad ya no existe. Si acaso, solo quedan las luces de las tiendas de alrededor. A Valle-Inclán no le gustaría este Madrid. Sigue leyendo